sábado, 23 de abril de 2016

"Sevillano", un toro bravo...

Hace muchos años que comenzó esta historia. Casi nadie se acuerda ya. Las primeras aguas llegaban aquel día de finales de Septiembre cuando él nacía y los arroyos empezaban a correr. Una fuerte tormenta caía en "Los Alburejos" y la guapa Sevillana lo acurrucaba como podía debajo de un acebuche del cerrado de "La Carrasquilla". Un bonito becerro negro bragado meano había venido al mundo. Era de los primeros de aquella camada. Aquel becerrito, que empezaba a acariciar la vida, guardaba sin saberlo una preciosa historia, la historia de un toro ejemplar, de los que quedan en el recuerdo para siempre, un toro bravo llamado Sevillano.

Durante sus primeros años de vida pasó desapercibido. No destacaba entre aquella camada de variopintos Torrestrella en la que todos se fijaban en sus hermanos burracos, sardos, salineros... Pero él guardaba algo por dentro que ninguno tenía. Un secreto, en lo más profundo de sus entrañas, guardado desde becerro esperando una tarde, un torero, una plaza.

Siendo un bonito toro, con cuatro años recién cumplidos, fue embarcado para ser lidiado en la coqueta plaza de Murcia. Pesó 562 kg y le tocó salir en quinto lugar. En los chiqueros, mientras se lidiaban sus hermanos en una tarde triunfal, Sevillano esperaba nervioso escuchando de fondo la música, los aplausos, el griterío. Su secreto estaba a flor de piel, salía por los poros que rodeaban el hierro de Torrestrella y su número 88. Pasadas varias horas sonaron los clarines y la puerta del chiquero se abrió, abriéndose con ella la historia de ese toro en el que nadie se había fijado.

Siendo un bonito toro fue embarcado para ser lidiado en Murcia...
Sevillano empezó a desvelar su misterio desde que tocó el albero con sus pezuñas. Parecía recordar cuando con apenas unas horas de vida empujaba la tierra de "Los Alburejos" intentando librarse de las viejas manos del vaquero que le agarraban mientras le ponían el crotal. Salió a todo galope, con el rabo apuntando al cielo, para que todos se enterasen bien de lo que dejaría de ser un secreto durante su lidia. Pepín Liria lo esperó a portagayola y le dio el primer pase con las rodillas en tierra, como si de una reverencia a la bravura se tratase. Ya en el tercio Sevillano hacía el avión detrás de los vuelos del capote del torero y el público empezaba a darse cuenta de lo que llevaba dentro.

Salió con el rabo apuntando al cielo, para que todos se enterasen bien...
...y ya en el tercio embestía con clase al capote de Pepín Liria...
En el caballo empujó de bravo en el único puyazo que le dieron y en la muleta se vino arriba como ningún otro. Galopaba de punta a punta de la plaza, como si gritase a todos cual era su condición, esa que había guardado celoso para contárselo al público en ese instante de su vida. Aguantó infinidad de tandas embistiendo con la emoción de su secreto, el secreto de la bravura, una bravura encastada y fiera, pero a la vez noble y enclasada. Aquel misterio se transformó en un secreto a voces, voces que daba el público agitando sus pañuelos blancos queriendo salvar la vida de un toro, un toro bravo.

Galopaba encastado de punta a punta de la plaza...
...y aguantó infinidad de tandas hasta ser indultado...
Sevillano volvió al campo y tras las curas fue a un lote de vacas escogidas expresamente para él. La recompensa a la bravura transformada en el indulto, en la vida plena, en la libertad del campo. Ya no pasaba desapercibido como de pequeño, ahora él era el centro de atención, el mimado, el famoso, el indultado. Tras el primer año de cubrición fue llevado a otra finca, donde estaban la mayoría de las vacas y aquel vaquero que lo vio nacer y crecer dejó de verlo por un tiempo. A "Los Alburejos" llegaban los utreros y el viejo vaquero buscaba nervioso entre las notas para ver si venía algún hijo de "88 Sevillano". Sin saber muy bien el motivo, quizás por cariño, admiración o respeto, a aquellos toros hijos de aquel semental ilustre los trataba de una forma especial.

Volvió al campo y fue a un lote de vacas escogidas...
Pasó mucho tiempo desde el indulto y aquel vaquero seguía sin ver a su toro. Solo veía a sus hijos, que le daban muchas alegrías embistiendo en las plazas como su padre. Tras las corridas el mayoral llegaba con la noticia del juego de los toros y casi siempre algún hijo del 88 había salido bueno.

Muchos años después, cuando ya no podía cubrir, Sevillano volvió a su casa, a donde había nacido, a aquel lugar donde había guardado su secreto. Habían pasado trece años desde aquella tarde de 2003 cuando se ganó la vida en el ruedo y ya había caído en el olvido de nuevo. Nadie se acordaba ya de su historia, nadie preguntaba como estaba el toro, nadie pensaba en él. Otros toros bravos, nuevos indultos, nuevos sementales, ocupaban la mente de los aficionados, pero no del viejo vaquero. Aquella tarde fue nervioso a verlo, a encontrarse de nuevo con su toro. Estaba en el cerrado de los sementales viejos que ya no se echaban a los vacas y de los nuevos que están en prueba. Cuando llegó, Sevillano estaba comiendo y había cambiado mucho. Cientos de arrugas adornaban su cara, el 88 se borraba con el tiempo y aquellos pitones que lucía lustrosos de joven ahora estaban desgastados y viejos, pero había algo que seguía intacto. Allí en lo más profundo de su mirada, el secreto de Sevillano seguía resplandeciendo y a la vez resplandecían los ojos del vaquero emocionado de haberse encontrado a su toro de nuevo.

Cuando llegó Sevillano estaba comiendo y había cambiado mucho...
...cientos de arrugas adornaban su cara...
...el 88 se difuminaba con el tiempo...
...pero sus ojos bravos seguían brillando guardando su secreto...
Desde aquel día de su vuelta a "Los Alburejos" el vaquero iba a verlo por la mañana y por la tarde. Repasaba a los demás toros un poco más rápido para llegar al cerrado de Sevillano y sentarse allí junto al comedero y pasar la tarde viendo a su amigo. Los primeros días los demás toros lo respetaban, como si supiesen su historia, pero como les pasa a los hombres, olvidaron pronto y se aprovechaban de su vejez. Para sus compañeros pasó a ser el olvidado del cerrado. Si se rascaba en el tronco del árbol seco lo quitaban envidiosos. Comía el último lo que los otros le dejaban y tenía que echarse donde los demás no querían.

Si se rascaba en el tronco del árbol seco...
...lo quitaban envidiosos...
El vaquero se dio cuenta y empezó a llevarle pienso solo para él. Le echaba el pienso en el comedero y se alejaba para que comiese tranquilo, pero controlando que los demás toros no se acercasen. Cada tarde se alejaba menos de su toro y llegaba a escuchar el lento masticar de sus dientes malgastados por la edad.

Le echaba pienso y se alejaba para que comiese tranquilo...
...y cada tarde se quedaba más cerca escuchando su lento masticar...
El tiempo iba pasando por Sevillano y sus manos deformes por la vejez le dolían a cada paso que daba. Tardaba toda la tarde en llegar al comedero, paso a paso, muy lentamente, pero allí esperaba el vaquero paciente con el pienso para él.

El tiempo iba pasando por él y sus manos deformes...
...le dolían a cada paso que daba...
Se echaba con las manos hacia delante, para aliviar el dolor y levantarse se convertía en un martirio. Aquel viejo toro, parecía pensar en el caballo de picar, en la muleta del torero, en la lidia. Caía una y otra vez, cansado y dolorido, pero el secreto de la bravura volvía a aflorar de sus adentros y conseguía levantarse. Entonces se giraba, levantaba la cabeza y miraba orgulloso, como aquella tarde de Septiembre en la que miraba al público que pedía su indulto, pero allí solo estaba su vaquero con las lágrimas recorriendo sus mejillas.

Se echaba con las manos hacia delante para aliviar el dolor...
...y levantarse se convertía en un martirio...
...caía una y otra vez...
...y parecía pensar...
...en el caballo, en la muleta, en su lidia...
...afloraba su bravura...
...y conseguía levantarse...
...entonces se giraba, levantaba la cabeza y miraba orgulloso...
Una mañana, cansado de andar por el barro para llegar al pilar, se echó en medio del cerrado. Era el lugar de un bonito semental colorado y cuando el vaquero llegaba el joven semental corneaba el costado de Sevillano reclamando su sitio. El pobre anciano se limitaba a abrir la boca y a esperar ayuda, sin poder levantarse. El vaquero apartó al 27 rápidamente y esperó a que Sevillano se levantase.

Cuando el vaquero llegaba el joven semental corneaba a Sevillano...
Desde aquel día Sevillano evitaba el pilar y bebía en los charcos que la lluvia dejaba en la tierra de "Los Alburejos". Le temía a los demás toros y se echaba en un rincón del cerrado, solitario, apartado. El tiempo parecía haber borrado la memoria de sus compañeros, como si ya no se acordasen que había dado la vida por ellos. Solo aquel vaquero lo visitaba y una garcilla que parecía perdida le hacía compañía. Había llegado un día a quitarle los insectos pero se quedó enamorada del misterio de sus ojos. Se posaba en sus doloridas manos y pasaba las horas allí quieta junto al toro, como si éste le susurrase su vida, su historia.

Desde aquel día bebía en los charcos y se echaba apartado...
...con la compañía de una garcilla que un día fue a alimentarse...
...y se quedó enamorada del misterio de sus ojos...
...quedándose allí horas y horas como si el toro le susurrase su vida...
Así fueron pasando los días hasta que un atardecer, cuando el vaquero ya se había ido, una vaca parió un bonito becerro negro bragado meano en el cerrado de "La Carrasquilla". El becerro mamó de su madre los calostros y se echó. Soñó con su destino. Un capote, una muleta, un indulto. Mientras tanto Sevillano, echado también, recordaba despierto aquel capote, aquella muleta, aquel indulto.  Pasaron varias horas, el becerro metido en su sueño y el viejo semental metido en su recuerdo. Capotes y muletas en sueños y recuerdos, la gloria, la vida, la muerte.

El becerro recién parido soñó con su destino...
...,mientras Sevillano descansaba ensimismado en sus recuerdos...
El becerro se despertó sobresaltado y hambriento. Intentó levantarse pero le costaba mucho. Sus torpes patas apenas tenían fuerzas. Lo intentaba una y otra vez. Sevillano, en el cerrado de los sementales intentaba levantarse también. Uno sacaba fuerzas de sus sueños y el otro de sus recuerdos. Tras varios intentos el joven becerrito consiguió levantarse. Corrió torpe y berreando buscando a su madre, agarrándose a la vida, a ese secreto que empezaba a brotar de sus entrañas. Sevillano sin embargo, no consiguió levantarse. Lo intentó cien veces pero sus patas no respondieron más. Se tumbó mirando al cielo y la noche cayó sobre "Los Alburejos".

El becerro intentaba levantarse dificultoso...
...y Sevillano en su cerrado lo intentaba también...
...el becerrito lo consiguió y fue a buscar a su madre, agarrándose a la vida...
...pero las patas de Sevillano no respondieron aquel atardecer...
...se tumbó mirando al cielo y la noche cayó en Los Alburejos...
Allí tumbado recordó su vida, el chiquero, los clarines, la música, los pañuelos, las vacas, sus hijos, el indulto. Recordó la mano del torero tocando su lomo y le pareció sentirla. Casi no veía, su corazón se apagaba y sentía aquella mano perdonándole la vida. La sintió primero en el lomo y luego en la cara, la mano de un torero, a oscuras en la noche callada del campo. Esta vez no había clarines, no había pañuelos, no había vida. No era la mano del torero la que acariciaba la cara de Sevillano, era la mano de aquel viejo vaquero que se despedía a oscuras de su toro, de su amigo, del olvidado, del toro del secreto en la mirada, el secreto de la bravura.

Casi sin ver, sintió aquella mano que le perdonaba la vida...
...pero era la mano del vaquero que se despedía en la noche de su amigo...
El hombre aquella noche no durmió. El tiempo no perdona y Sevillano se había ido para siempre. Esta vez no había indulto posible. A la mañana siguiente, al alba, cuando el sol todavía no había salido el vaquero estaba junto a su toro. Quería pensar que había sido una pesadilla y que lo encontraría allí echado como siempre, con sus doloridas manos hacia delante y su brillo inconfundible en la mirada. Cuando llegó, sus ojos se habían apagado ya y sus patas, aquellas que galoparon fieras en la plaza de Murcia, se habían quedado quietas para siempre. Tenía un lametón en la cara, las babas húmedas de otro toro que en la noche se había despedido de él. Quizás era el perdón de aquel toro colorado que unas semanas antes había reclamado su sitio con dureza o el recuerdo de alguno que sí sabía lo que significaba un toro indultado.

Al alba, el vaquero estaba junto a su toro...
...sus patas se habían quedado quietas para siempre...
...y las babas todavía húmedas de despedida de otro toro brillaban en su cara...
El vaquero, entre lágrimas, cuando la luna se perdía en el cielo y el sol empezaba a picar, se fue a repasar las vacas. Aquel toro rondaba su cabeza en todo momento. Recordaba cada instante con él y se arrepentía de no haberlo intentado acariciar alguna tarde en la que le echaba de comer. Iba metido en su pensamiento, casi sin saber muy bien que hacía, cabizbajo.

El vaquero, cuando la luna desaperecía y el sol empezaba a picar se fue...
De repente, vio en el suelo, debajo de su caballo, a un bonito becerro negro bragado meano. Había nacido la tarde anterior y dormía plácidamente. Se bajó, lo cogió y lo metió entre sus piernas. Sacó los crotales de su bolsillo y se los puso. El becerrillo empujaba la tierra intentando librarse de las manos del vaquero pero no podía. El viejo vaquero sonrió viendo la actitud del becerro y lo miró a los ojos. Le brillaban más que a ninguno, como si dentro de él hubiese algo especial, como si guardase un secreto, un secreto llamado Sevillano...