jueves, 11 de abril de 2013

¿A dónde vas Curro Romero?

Era un día de agua, de esos que tanto han molestado esta Semana Santa. Caía ya la tarde y desaparecía la poca claridad que las nubes dejaban pasar. Como ya no me quedaba mucho para volver a Cáceres fui a merendar a casa de mis abuelos. Pasado un rato, cuando ya la manzanilla se acababa, empezó, como siempre, la charla de toros con mi abuelo. Hablamos del comienzo de la temporada en Sevilla, de la corrida que alguna ganadería de la zona tenía para La Maestranza, de los toreros que más gustan en Sevilla... y tras tocar varios temas, siempre con el trasfondo del coso sevillano, salió a la conversación Curro Romero.

Hablamos de como toreaba, de sus manías, de sus tardes de gloria y tardes de bronca... Hasta que me para mi abuelo y me dice: ¿A qué no sabes una cosa? Curro y yo nos llevamos un día. Yo nací el 30 de noviembre del 33 y él justo el día después, el 1 de diciembre del mismo año.

Me sorprendió la coincidencia y le pregunté si lo conoció alguna vez o si coincidió con él en alguna corrida o algo. A lo que me contesta: Claro que sí lo conozco. He echado muchos ratos con él. Te voy a contar una cosa que nos pasó a los dos: En invierno, muchos de los toreros que no iban a América se pasaban largas temporadas en cualquiera de las fincas de bravo de Andalucía y ese invierno estaba Curro en una de las fincas que tenía D. Manuel, que se llamaba Spínola. El invierno fue parecido a este, muy lluvioso y tormentoso, y Curro llevaba ya una semana entera sin poder salir al campo de lo que llovía. Todo su trabajo era torear de salón en el comedor del cortijo y muy poquitos, pero que muy poquitos ejercicios, porque el hombre no era de los que le gusta estropearse. Al cabo de ochos o diez días de agua, escampó y amaneció una mañana espléndida que aprovechamos para dar un largo paseo a caballo Curro y yo. El campo estaba como está ahora, tan mojado y tan lleno de barro que los caballos se pusieron que daba pena verlos de lo sucios que estaban. Entonces se nos ocurrió, casi a los dos a la par, la solución al problema. Decidimos irnos a la laguna de "Chipipi", que estaba cerca de donde andábamos, y allí con un trotecito dentro del agua los caballos quedarían limpios y luego volveríamos al cortijo al paso y con cuidado para que no se llenasen de fango de nuevo. Tal como lo pensamos lo hicimos y al poco tiempo estábamos delante del agua brillante que reflejaba el sol de la espléndida mañana.


Empezamos a trotar dentro del agua y, de repente, el caballo de Curro se alcanzó* y el torero salió volando por las orejas y aterrizó en medio del agua. Yo al verlo caer, por reirme de él le dije "¡Curro! ¿a dónde vas?" No había terminado de decirlo cuando a mi caballo le pasa lo mismo y mientras iba yo por el aire escucho decir al sevillano "¡Antonio! ¿A dónde vienes?" Los caballos se escaparon y, después del revolcón en el agua, llegaron limpios al cortijo, pero nosotros dos llegamos molidos después de la caída, chorreando y completamente llenos de fango.

Ante mi sorpresa frente a tan curiosa historia nos echamos unas risas y nos despedimos hasta la vuelta de Cáceres. Ya ha empezado la temporada en Sevilla pero seguro que no hay ninguna tarde tan interesante como Curro Romero o una manzanilla a media tarde con mi abuelo...


* Alcanzarse es una denominación campera de cuando un caballo en el trote o galope se golpea o incluso tropieza con las extremidades posteriores las anteriores. Para evitar los daños de los golpes se ponen los protectores. En casos de mucho esfuerzo (al trotar o galopar en el agua como en este caso) donde al caballo le cuesta desplazar las extremidades anteriores hacia adelante el mismo animal se engancha las extremidades anteriores con las posteriores provocando su propia caída y, en consecuencia, la de su jinete.

2 comentarios:

  1. Alberto:
    Qué delicia de historia, que hasta me ha hecho reí, por el que primero se iba y el otro que venía. Y que grande Curro Romero. Particularmente me siento un privilegiado un ser superior a los demás, porque yo vi torear a Curro Romero. Y no pretendo echar por tierra a nadie, nada más lejos de mis ideas, pero es que era para sentirse un elegido por los dioses. Con el capote, la muleta, el kikiriki, el trincherazo como tímido. No era sólo e´l, era todo lo que se creó a su alrededor, la plaza cambiaba completamente, sonrisas cómplices entre los habituales, a ver si hoy era el día. Y con un simple lance, la gente loca, los del ramito en la solapa y los demás. La locura, ni el gordo de Navidad, ¿Qué más grande que haber visto a Curro? Alberto, me embalo. A este no había que mirarle con atención y dónde ponía los pies y la muleta, era un chispazo que te hacía saltar. Era Curro. Chico, muchas gracias por esta entrada y tu abuelo no es que sea superior, tu abuelo es un apóstol, que habló con él, le trató y por lo que se ve, hasta pensaron los dos que podían andar sobre las aguas, jejejejeje. Te felicitaría si hubieras querido hacer algo bonito, pero es que has escrito algo grande. Esto no se felicita, esto se agradece al autor y se disfruta. Olé.

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    1. Enrique yo nunca lo pude ver pero por lo que me han dicho tuvo que ser grandioso. Lo he visto en videos y no es lo mismo porque en los videos si te fijas en los pies y la muleta, lo bueno hubiese sido verlo en la plaza, allí tuvo que ser impresionante cuando le daba por torear.

      Muchas gracias Enrique, me alegro de que te haya gustado. Tengo varias anécdotas e historias más que me ha contado mi abuelo de Curro Romero, ya las iré poniendo. Por lo que me han contado tuvo que ser una persona especial, un ser carismático, un artista.

      Un abrazo Enrique, muchísimas gracias.

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