El perro del mayoral seguía intranquilo. Deambulaba inquieto por el patio del cortijo mientras su dueño descansaba después de comer. Iba de aquí para allá, se echaba a la sombra del naranjo y se volvía a levantar. El aire que había saltado lo ponía nervioso. A pesar del aire hacía calor y la tierra se oreaba. El ambiente estaba cargado y una especie de bochorno primaveral gobernaba la tarde. Cansado de dar vueltas en el patio subió a los corrales. Allí, desde lo alto del embarcadero, su olfato le dijo que algo iba a pasar. Los toros parecían descansar, pero él intuía algo. Bajó corriendo al patio otra vez y allí empezó a ladrar a la casa, pero desde dentro sonó una regañina que le hizo callar.
Mientras tanto un toro levantaba la cabeza, abría los ollares y sentía eso que traía el aire. Como la tarde, los toros estaban tranquilos, pero era una tranquilidad extraña, como una calma tensa. Ese vientecito junto al bochorno los agobiaba, pero el calor no dejaba que se moviesen demasiado. Algunos estaban echados tranquilamente, pero otros empezaban a inquietarse, como si no aguantasen la presión. Uno se rascaba en el alambrado con violencia, como si estuviese cabreado. Otro, un poco más lejos, escarbaba la tierra que oreaba la tarde.
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Los que estaban echados para poniente se levantaban y se miraban desafiantes... |
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...y alguno babeaba cabreado mostrando la seriedad de sus astifinos pitones. |
Un pavo real lucía su bello plumaje por los alrededores del caserío, mientras el viento de poniente apretaba. Lo hacía a rachas, como a empujones, como si quisiese llevar la tormenta que se vislumbraba entrando por la bahía de Cádiz hasta el cerrado de los toros para calmar su calor. Lo que no sabía el aire era que eso es lo que estaban oliendo los toros, eso era lo que barruntaban, la humedad de la tormenta.
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Mientras los demás aguardaban el momento, él se subió encima del pilar... |
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...caminó muy despacio hasta donde el agua estaba más limpia y clara... |
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...justo antes de bajar la cabeza miró a los charcos de alrededor... |
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...por el reflejo podía ver las miradas llenas de envidia y rencor... |
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...y controlaba si alguno se acercaba para pegarle... |
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...bajó la cabeza y metió el hocico en el agua cuidadosamente... |
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...controlaba a los demás por el reflejo, no se fiaba ni del suyo propio... |
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...cuando acabó de beber dos chorros de agua clara escurrían de su hocico... |
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...se dio la vuelta y se bajó del pilar mientras los demás miraban con sorpresa. |
Se fue despacio hacia su querencia, aquel sitio pegado al alambrado donde siempre estaba solo. Mientras caminaba miraba de reojo hacia detrás. Los demás toros, en silencio y muy despacio, le seguían. El aire venía cargado de humedad, la tormenta cada vez estaba más cerca. Intentando evitar la pelea se fue hasta el alambrado y empezó a rascarse nervioso. Los demás, metidos en su querencia, empezaron a rodearle. Él se sentía fuerte, pero entre todos lo matarían. Levantó el hocico, venteando el aire, buscando una salida. Muy inquieto, comenzó a pegarle cornadas a los alambres. Se pinchó la cara, pero consiguió meter la cabeza. Uno de los toros, aquel negro que le desafió antes de ir a beber, al verlo atrapado se acercó a pegarle una cornada traicionera, pero él empujó y se pasó al otro cerrado, escapándose por los pelos.
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Se fue hacia su querencia mirando de reojo, los demás le seguían... |
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...intentando evitar la pelea se fue hasta la alambrado y se rascaba nervioso... |
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...rodeado, levantó el hocico, venteando el aire, buscando una salida... |
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...muy inquieto empezó a pegarle cornadas a los alambres... |
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...se pinchó la cara, pero consiguió meter la cabeza... |
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...uno de los toros intentó pegarle una cornada, pero él empujó... |
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...y se escapó por los pelos, metiéndose en el otro cerrado. |
El negro iba a por él y cabreado, enganchó con el pitón el alambre que quedaba, lo partió y se metió en el cerrado. Detrás del negro se fueron metiendo más toros. Entraban casi de puntillas, con miedo a lo desconocido. Los toros que estaban allí se acercaban intentando echar de su querencia a aquellos que usurpaban su territorio. Al momento un montón de toros desconocidos, de cerrados distintos, se desafiaban. Se miraban encogidos, los pitones apuntaban de cerca, Caminaban despacio unos entre otros, midiéndose. La tensión pasaba entre los toros como pasaba el aire que acercaba la tormenta cada vez más.
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Los apartó a todos menos a uno, que a base de bocados y ladridos... |
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...fue reunido con sus compañeros y aquellos astifinos pitones entraban en el cerrado... |
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...delante del mayoral y su perro. |
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Después fue a arreglar el alambrado para que los toros no volviesen a pasar. |
Los toros ya estaban en sus cerrados, pero seguían barruntando a la tormenta. Seguían nerviosos y se habían quedado muchas peleas a medias. Escarbaban todos inquietos alrededor del pilar, todos menos el más bonito de todos, que se había ido al alambrado, a su querencia, evitando la pelea. Entonces un astifino toro castaño del cerrado vecino se acercó al alambrado, intentando pagarle con la misma moneda. Quería meterse en su querencia. Metió la cabeza y justo cuando empezó a hacer fuerza para partir los alambres empezó a llover. El bochorno desapareció al instante y el frescor de la lluvia se fue apoderando de todo poco a poco. Los toros se relajaron y aquel toro castaño sacó la cabeza de los alambres, se rascó despacio y se fue tranquilamente a buscar refugio. Las gotas parecían caer alegres en aquellos charcos de alrededor del pilar, como si fuesen conscientes de que serían el espejo de aquel toro tan bonito que hasta el pajarillo envidiaba. El cielo tronaba mientras las nubes descargaban con más fuerza. El viento desapareció y la calma se hizo dueña de todo. El perro descansaba mientras el mayoral miraba por la ventana. Pronto correrían los arroyos dándole vida a las flores y a la primavera, dándole vida al campo, dándole vida al toro bravo. La tierra dejó de orearse y comenzaba a empaparse del agua que traía el poniente de la bahía...
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El toro castaño quería meterse en su querencia... |
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...metió la cabeza... |
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...y justo cuando empezó a hacer fuerte para partir los alambres... |
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...empezó a llover, la tierra dejó de orearse y el bochorno desapareció... |
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...los toros se relajaron y aquel castaño se fue a su querencia buscando refugio de la tormenta... |