lunes, 30 de julio de 2018

A mi abuelo...

Llevaba tiempo queriendo escribir esta historia, tu historia, la historia de tu vida. Lo he intentado muchas veces. Me he sentado frente al papel, he pensado antes de dormir, al levantarme y hasta lo he soñado. Me veía aquí, escribiéndote, pero que difícil es. Siempre me levantaba sin ser capaz de escribir ni una sola palabra. Es complicado escribir de una historia tan bonita y tan importante. Siempre tenía la sensación de estar dejándome algo detrás, siempre sentía que no estaba a la altura, pero estos días algo ha cambiado...

Esta historia comienza en el butacón de tu casa, una tarde cualquiera de invierno, de esas en las que te recostabas un poco, como dejando que el pasado saliese de lo más adentro de ti, mirabas a la nada y metiéndote en tus recuerdos te ponías la mano en la barbilla y me contabas tu vida. El olor a chimenea nos acompañaba y, a veces, el sonido de la lluvia golpeando en la ventana. Allí, entre aquellas tardes de invierno, entre levantarte a mirar como iba la candela y alguna que otra infusión de manzanilla me contaste tu vida. Un capítulo cada tarde, una historia en cada charla.

Esta historia comienza en el butacón de tu casa...
Naciste el 30 de noviembre de 1933 en el mismo pueblo que yo, uno de los pueblos más antiguos y bellos que existen, Medina Sidonia. Me hubiese gustado conocer estas mismas calles aquellos años, pero me las pude imaginar con lo que tu me contabas. Fuiste el tercero de seis hermanos, todos varones, hijos del primer taxista de esta milenaria ciudad que tuvo el privilegio de pasear uno de los primeros coches que hubo en el pueblo. Ya desde pequeño destacabas de tus hermanos por tu porte y tu sonrisa y quien te iba a decir a ti, allí tan pequeño y orgulloso en aquel caballo de cartón, que pasarías tantísimas horas encima de una montura a lo largo de tu vida.

Fuiste el tercero de seis hermanos...
...ya desde pequeño destacabas por tu porte y tu sonrisa...
...y quien te iba a decir a ti que pasarías tantas horas encima de una montura...
Apenas fuiste al colegio, pero con tan solo nueve años ya se vislumbraba en tu letra que serías una persona especial. Siempre estabas aprendiendo, observando y con aquel dichoso cigarrillo en la mano, compartiendo con los demás aquellas cosas que pensabas. Te adentraste en la juventud trabajando, de un trabajo a otro, pero también tenías tiempo para pasear por los alrededores de Medina, hablando de bueyes y bestias con tus amigos, paseando a caballo por la feria o derrochando el sentido del humor que siempre te caracterizó ya del brazo de la que sería mi abuela Luisa, de la que nunca te has separado.

De niño ya se vislumbraba en tu letra que serías una persona especial...
...siempre compartiendo con los demás aquellas cosas que pensabas...
...paseando por los alrededores de Medina...
...hablando de bueyes y bestias...
...montando a caballo en la feria...
...derrochando tu sentido del humor ya del brazo de mi abuela...
Desde albañil, ayudante de zapatero y hasta en una farmacia de un familiar tuyo. En aquella época había que trabajar desde pequeño, pero tú, como siempre, fuiste más inteligente. Parte del dinerillo que ganabas te lo gastaste en un profesor particular para aprender a leer y escribir bien. En aquella época trabajar trabajaban muchos, por necesidad casi todos, pero pocos sabían leer y escribir. Así encontraste lo que tu llamabas tu primer trabajo bueno. Listo como tu solo, te colocaste como ayudante de notaría.
De trabajo en trabajo...
...aprendiste a leer y escribir bien y encontraste tu primer trabajo bueno...
...como ayudante de notaría...
Según me contaste, en aquellos años en la notaría viste las operaciones de compra-venta de las mejores fincas de la comarca de La Janda. Veías y aprendías del negocio de los tratantes y corredores, como compraban fincas y las vendían al poco tiempo por el doble de lo que les había costado. Entre negocios, firmas y papeles conociste a otro hombre de esos de los que ya no quedan. Natural del vecino pueblo de Vejer de la Frontera, por allí andaba casi siempre de negocios el gran D.Manuel Camacho. Os hicisteis amigos, dejaste la notaría y te fuiste a trabajar con él.

Conociste a D.Manuel Camacho y te fuiste a trabajar con él...
De la notaría a una de las fincas de ganado bravo de más solera que existen. Te mandó tu jefe de administrador a "Los Linarejos" en los alrededores de Madrid. Allí empezaste a aprender del toro bravo. Hombre de negocios por excelencia, D.Manuel compraba y vendía multitud de fincas y ganaderías. Por tus manos pasaron desde vacas berrendas de Hidalgo Barquero, el hierro de Guadalest, las vacas navarras de Zalduendo y hasta las veraguas de Braganza. Poco a poco, rodeado de gente del toro, con tu incansable afán por aprender, te hiciste un maestro del campo bravo. De "Los Linarejos" volviste a tu tierra. "Spinola", "Cortijo Guerra", "Rehuelga" fueron fincas en las que viviste y administraste, de las que me contaste cientos de historias que aquí no se pueden contar. Y finalmente, acabaste en la que sería tu casa, "La Quinta", a los pies de Medina Sidonia, una de las fincas más bellas de la ruta del toro.

"La Quinta", una de las fincas más bellas de la ruta del toro...
En "La Quinta" es donde creaste tu mayor obra. D.Manuel además de jefe era íntimo amigo tuyo y te dejó su ganadería en tus manos. Tu mismo fuiste a comprar aquellas vacas de Núñez con las que se forjaría la ganadería de Camacho e incluso, puso una ganadería a tu nombre.

Incluso puso una ganadería a tu nombre...
A base de constancia, junto con D.Manuel el tiempo que te acompañó hasta que murió, la ganadería fue subiendo poco a poco. A ti te gustaba un toro más encastado y tu sello se iba notando en las corridas. Empezaste a recoger premios de todas las ferias y en aquellos años que se caían los toros, las figuras se acartelaban con la ganadería de Camacho, garantía de fuerza y clase.

Te gustaba un toro más encastado y tu sello se iba notando...
...empezaste a recoger premios de todas las ferias...
...y las figuras se acartelaban con la ganadería de Camacho...
Fuiste capaz de que lidiasen las corridas desde tu amigo Curro Romero a Rafael de Paula, pero con el paso de los años te centraste más en el tipo de toro que tenías en la cabeza y conseguiste llevar la ganadería a Francia, a San Fermín, a América y llegaste a lo más alto llevándote el premio a la mejor corrida de San Isidro.

Lidiaban las corridas desde Curro Romero...
...a Rafael de Paula...
...llevaste la ganadería a Francia...
...a San Fermín...
...y alcanzaste lo más alto consiguiendo el azulejo a la mejor corrida de San Isidro...
Tus éxitos recorrieron la geografía taurina y fuiste conocido por todo el mundo del toro. Conociste y trataste a toreros tan importantes como Paquirri, El Soro, Curro Romero y fuiste íntimo del gran Pepe Limeño, Ruiz Miguel o Dámaso González, que pasaba largas temporadas en La Quinta. Además tuviste a un amigo muy especial, al que me hubiese gustado conocer, el mejor fotógrafo del toro que ha existido, el gran Canito, que aparte de hacerte más de un regalo te felicitaba todas las navidades.

Trastaste a toreros tan importantes como Paquirri...
...El Soro y muchos otros toreros...
...amigo íntimo de Pepe Limeño...
...y del gran Canito, que aparte de más de un regalo...
...te felicitaba todas las navidades...
Además de toda una vida dedicada al mundo del toro, entre viajes con las corridas, tientas, callejones  de plazas de toros y el campo, destacaste también como padre y marido. Tu primer hijo tuvo parálisis cerebral y en aquellos años en los que apenas había avances luchaste por él más que nadie. Y como en todo lo que te propones, fundaste una asociación para los niños con ese tipo de problemas y fuiste su presidente durante veinte años. Todavía hoy esta asociación sigue creciendo y ayudando a los que lo necesitan gracias a ti, abuelo. A pesar de ello tuviste tiempo de educar a tus otros tres hijos, mi tía Carmen, mi tío Antonio Luis y mi madre, Mari Paz. Es difícil llegar tan lejos en el trabajo y a la vez en la familia.

Entre viajes con las corridas...
...tardes de tentadero...
...callejones de plaza de toros...
...y el campo...
...por tu hijo fundaste una asociación para niños que necesitaban ayuda...
Y ya cuando venías de vuelta, cuando ya habías hecho de todo, cuando habías alcanzado casi todos los logros de tu vida, llegó la parte de la historia que nunca hizo falta que me contaras. Llegó el momento en el que tuve la suerte de que fueses mi abuelo. Y ahí comenzó tu final y mi principio. Que manera tan bonita de marcar la vida de alguien. Cuando apenas tenía consciencia me bautizaste taurinamente con tu gorra. Sin saberlo, ese gesto marcaría mi vida para siempre.

Me bautizaste taurinamente con tu gorra...
Cuando tenía tres años me llevaste por primera vez al campo y no me montaste en un caballo de cartón como tu hiciste de niño. Me montaste en el "Furia", solo, a ver como reaccionaba. Hasta no hace mucho me contabas como cogí las riendas y me puse a dar vueltas por el picadero, montado en aquel caballo blanco, cuando apenas sabía andar.

Me montaste por primera vez en un caballo...
Fue pasando el tiempo y compraste una gorra pequeñita para mí, seguro de que seguiría con esta bonita afición. Cuando estábamos en tu casa le quitabas la funda a un cojín y alrededor de tu butacón me ponía a pegarle pases al viento, imaginando toros de Camacho embistiendo. Aquel torbellino en el que me había convertido, entre pase y pase, consiguió quitarte aquel cigarro de la boca para siempre, quien me lo iba a decir. Algunas tardes me llevabas a "La Quinta" y mientras tu hacías los lotes de las vacas yo me quedaba asombrado viendo aquellas enormes cabezas de toros importantes colgadas de la pared de tu despacho. Recuerdo como me montaba en el sofá para tocarle los pelitos de la badana a aquel toro que estaba al lado de la puerta, con aquellos ojos brillantes que me miraban fijamente o aquella lección que me diste con el toro "Borracho". Íbamos todos los días a verle, cuando ya estaba muy viejo y no se podía levantar. Una de aquellas veces, cuando íbamos en el coche por el carril, muy despacio, me explicaste porque lo hacías. Me dijiste que en la vida hay que ser agradecido y que ese toro te había dado mucho. Era muy pequeño y apenas lo entendía, pero allí estuvimos los dos hasta el final.
Compraste una gorra pequeñita para mí...
...alrededor de tu butacón le pegaba pases al viento...
...me quedaba asombrado viendo aquellas cabezas de toros...
...le tocaba los pelitos de la badana desde el sofá...
...y aquellos ojos brillantes me miraban fijamente...
Las tardes de tentadero me sentabas contigo en el burladero, en aquella madera donde apoyabas la libreta para coger las notas de las bravas becerras. Las mañanas de embarque me llevabas por encima de los chiqueros mientras pasaban esos toros imponentes, enseñándome a tener cuidado con las sombras y aquello tan importante de "ver, oír y callar". En invierno, en tu casa, me ponías mil veces aquellos vídeos de toros que se acabaron estropeando de tanto ponerlos o me enseñabas fotos del Cossío mientras merendaba. También recuerdo como todos los veranos, después de ver las notas, me regalabas unas botas para montar porque se me quedaban pequeñas de un año para otro. Constantes lecciones de la vida, el toro y el campo.

Las tardes de tentadero me sentabas contigo en el burladero...
...y en invierno me ponías aquellos vídeos de toros...
Cuando tenía algunos años más ya me dejabas ir solo con los vaqueros y hacía miles de trastadas sin que tu lo supieras. Apartar vacas era un juego diario y montar un caballo nuevo era superar un reto. Mientras tu cada vez ibas menos al campo y te quedabas en la oficina yo embarcaba las corridas de toros y te lo contaba. Te enterabas cuando me caía de algún caballo y nunca me reñías, siempre hacías como el que no lo sabías y me dejabas seguir aprendiendo, aunque con el paso de los años, entre risas, me lo acabaras confesando.

Cuando tenía algunos años más me dejabas solo con los vaqueros...
Al final te jubilaste, un poco cansado de tantos años de toros y campo y te dedicaste a tu mujer y a ti mismo. Seguiste con tus costumbres, como apuntar la lluvia cada día, calculando como iba a ser el año agrícola, te dedicaste a escribir y a leer y a estar tranquilo en casa. Desde la distancia, entre los dos, aficionamos a mi hermano, que se hizo un gran jinete, que también torea y es el mejor compañero y aficionado que pueda tener a mi lado. No te imaginas la cantidad de veces que apareces en nuestras charlas de toros. Todavía guardo aquel libro que nos dedicaste y resuenan dentro de mi aquellas palabras que dijiste orgulloso, con una sonrisa en la cara "Quería que fuesen aficionados al toro, pero me pasé". Es que todo lo que te propones lo haces bien.

Seguiste con tus costumbres, como apuntar el agua cada día...
...y entre los dos aficionamos a mi hermano...
...que torea...
...y es el mejor compañero y aficionado que pueda tener a mi lado...
...todavía conservamos aquel libro que nos dedicaste...
Fue pasando el tiempo y dejaste de lado el toro. Me regalaste los apartados de los toros de tu última camada y las notas de la última corrida que llevaste a Madrid. Mi hermano y yo cada vez avanzábamos más y nuestra afición iba creciendo. No me compraste más botas, me regalaste las tuyas, las últimas que tuviste, como parte de la herencia de tu afición al toro bravo. Dejaste de ver las corridas, aunque siempre estabas ahí para resolvernos las dudas que teníamos y contarnos anécdotas antiguas. En las comidas familiares nos sentábamos a tu lado y acabábamos hablando de toros, pero siempre nos contabas cosas antiguas y pocas veces nos dabas tu opinión. Sí que insistías en que estudiásemos, que tuviésemos el toro como afición. Me hablabas muchísimo de D.José Guerra, un excelente veterinario de tu época al que admirabas como profesional y como persona y que además fue tu amigo. Al final me quitaste aquella idea que tenía de pequeño de ser mayoral o torero y acabé siendo veterinario como tu querías. Siempre te lo agradeceré.

Me regalaste los apartados de los toros de tu última camada...
...las notas de la última corrida de Madrid...
...tus botas...
...y acabé siendo veterinario como tu querías...
Y entre charlas de toros, entre consejos y anécdotas llegó la última lección. Quizás llegué demasiado tarde y me entretuve demasiado con la funda del cojín cuando era niño y tardé más de la cuenta en quitarte aquel cigarro que siempre te había acompañado. Quizás el instinto de niño me lo avisó o fue simple coincidencia, pero parecía que sabía que ese momento iba a llegar. Empezaste a sentirte mal y aquel cigarro te acabó pasando factura. Después de conocerte toda una vida sin fumar, ahora venía el destino a llamar a tu puerta.

Sin darnos cuenta la vida había ido pasando. Quizás había sido tan rápida porque la había disfrutado contigo, pero yo ya no era un niño y tu eras un anciano. La noticia sacudió a toda la familia, pero tu eras mi abuelo, mi maestro y mi amigo y aquello dolía un poco más. Y me diste otra lección. Más que una diría varias. Cada día fue una lección. Desde ese momento estuve contigo todas las tardes. Cuando era muy pequeño, alrededor de un toro, tu me habías enseñado que en la vida hay que ser agradecido ¿Te acuerdas? Me llamó la atención que empezaste a ver los toros de nuevo, como queriendo volver al origen de todo. Vimos muchas corridas juntos y las comentábamos, incluso cogimos el Cossío más de una vez, igual que cuando era pequeño. Ahí me confesaste que te habías alejado y que durante estos años no me dabas tu opinión porque querías que tuviese mi propio criterio, mi propio tipo de toro. Fuiste generoso hasta para eso.

Cogimos el Cossío más de una vez, igual que cuando era pequeño...
Después de toda una vida, la enfermedad te iba desgastando, pero tu la afrontabas de frente y como siempre me decías "A la vida hay que echarle cojones" y vaya cojones abuelo. Fue un ejemplo verte poner una sonrisa a toda la familia y decir que estabas bien cuando era todo lo contrario, para que no se preocupasen. Fue una lección que tu mayor angustia fuese abuela cuando tu sabías que estabas muy malo, eso es querer a una persona. Para mí fue un privilegio que te costara hablar con los demás de la enfermedad y me eligieses a mí para hablar de tu vida, de la muerte y de tus preocupaciones.

Muchas veces estuve cabreado con la vida, cuando te veía cada vez peor. No entendía como podía ser que para un hombre fuese un reto llevar una corrida a Madrid y pasados los años el reto fuese dar dos pasos seguidos. Ahí me cabreaba. Estaba contigo, ayudándote, dándote ánimos y fuerzas, poniendo una sonrisa, pero cuando me iba de tu casa lloraba de rabia. Eso no te podía estar pasando a ti.

Fueron pasando los días y fuiste totalmente consciente de que te ibas. Me diste tu libro del agua, ahí donde apuntabas toda la lluvia día a día desde el año 1977, como diciéndome que siguiera con tu costumbre cuando no estuvieras. Tu no lo sabías, pero yo ya tenía el pluviómetro y la libreta comprada. Tuve el privilegio de decirte todo lo que te quiero y te admiro y tu me dijiste lo orgulloso que estabas de mí. Ahí empecé a cambiar el punto de vista y desde ese momento le daba gracias a la vida por permitirme todas estas cosas.

Recuerdo cuando una vez te tuve que ayudar a incorporarte de la cama y dijiste que te daba vergüenza. Me enfadé un poco contigo y te pregunté que cuantas veces me habías cogido tu a mi de pequeño. Me contestaste que muchísimas. Ahora me tocaba a mí. Quizás sea lo más bonito y sincero que haya hecho nunca.

Los últimos días de tu enfermedad fueron difíciles para todos. Para ti y para mi. Para abuela y para toda la familia. Fue difícil preparar a abuela poco a poco. Fue difícil prepararnos nosotros. Las últimas cinco noches me quedé a dormir en tu casa, en el sofá, escuchando como respirabas desde la cama. Preocupado porque estuvieras bien, pendiente de tu medicación. Salía de trabajar y me iba corriendo a verte, a ver como estabas. Solo pensaba en ti. La última noche no escuché tu respiración. Estabas tranquilo y siendo finales de Junio, el cielo parecía que se caía. Llovía a mares y no paraba de tronar. Los rayos iluminaban el salón cuando me levantaba y me acercaba a tu cuarto a media noche a ver si estabas bien. El cielo parecía estar haciendo hueco para alguien grande.

A la mañana siguiente, al mediodía, cuando llegué de trabajar estabas peor. Me senté en tu cama, a tu lado, como siempre. Abuela estaba conmigo. Te cogí de la mano, te empecé a decir lo que te quiero, a relajarte y a decirte que estuvieras tranquilo, que estábamos contigo y entonces, muy despacio, te fuiste. Parecía que me estabas esperando. Pensaba que te habías ido para siempre. Le di la noticia a abuela, a mi madre y a mis tíos, aguantando como tu me enseñaste. Me reconfortó mucho ver toda la gente que te quiere, alguna que ni conocía. Con mis manos te llevé a la iglesia y abrazando a mi hermano y a mi madre te llevamos hasta tu hijo, mi tío, por el que luchaste tanto y al que no pude conocer. En ese momento no sabía muy bien el motivo, pero no podía llorar. No derramé ni una lágrima. No fui capaz. Pensaba que era porque tenía que echarle cojones a la vida como tu me habías enseñado, pero no fue así. No era por eso.

Fueron pasando los días y te echaba mucho de menos. Te buscaba por todas partes. Fui allí, donde te había dejado la última vez, donde se suponía que estabas con tu hijo, pero solo ponía tu nombre. Allí no estabas. Entonces todo cambió. Tenía que encontrarte, ya no podía más. Mis pasos me llevaron a "La Quinta", donde tantas horas había pasado contigo. Allí todavía estaba tu sello. Aquellas vacas cerradas de cara que tanto te gustaban. El semental colorado. Me venían a la memoria sementales de tu época. "Vinatero", "Borracho", "Jerezano", "Galero"... Seguí andando y fui a la plaza de tientas. Me acerqué a tu burladero y entré como si estuviera en un tentadero. Allí seguía aquella madera, donde me sentabas de pequeño, la acaricié suavemente y viajé en el tiempo. Estaba áspera pero lisa, como tus manos arrugadas por el paso la vida. Te sentí allí.

Aquellas vacas cerradas de cara que tanto te gustaban...
...el semental colorado...
...tu burladero en la plaza de tientas...
...aquella madera, áspera pero lisa, como tus manos por el paso del tiempo...
Cuando iba de vuelta, a lo lejos, vi a un hombre en medio del cerrado. Estaba acariciando al semental mientras las vacas miraban perplejas ¿Eras tu? Fui corriendo hacia allí, pero al llegar vi que era Pepón, tu vaquero de toda la vida. Ya estaba jubilado y estaba visitando a su amigo "Ciclón"amigo "Ciclón". Mientras acariciábamos al toro, estuvimos hablando un rato de ti, se nos escaparon un par de lágrimas a cada uno y me fui. Estabas allí con nosotros.

Vi a un hombre en el centro del cerrado acariciando al semental...
...al llegar vi que era Pepón y estuvimos hablando de ti...
allí estabas tu...
Después fui a tu casa, a ver al que decías que era tu tesoro. La miré a los ojos y le brillaban. Había ido muchas veces pero aquella tarde era diferente. Aquellos ojos verdes brillaban más que nunca. Allí estabas tu, con abuela. La gorra te seguía esperando, aquella que me pusiste por primera vez. Fui a tu despacho y cerca del toro de bronce con el que jugaba de pequeño, entre los papeles, encontré unas hojas con todas las entradas de este blog apuntadas. Todos mis títulos estaban allí, de tu puño y letra. Me sentí orgulloso. Guardé aquellas hojas en el bolsillo y muy despacio, esperando encontrarte, fui entrando en cada cuarto. El último libro de Cossío que leímos todavía estaba mal colocado, esperando a que lo cogiésemos otra vez. Me asomé a tu habitación. Sin que me viese nadie, como tantas veces hice aquellos últimos días, me senté en el filo de la cama y saboreé tu olor, todavía olía a ti. Acaricié las sábanas y sentí un sonido en la ventana. Era pleno verano y caían algunas gotas. Golpeaban el cristal como aquellas tardes de invierno. Fui al salón, miré que hora era pero el reloj estaba parado. En el reflejo del cristal vi tu butacón vacío, pero tu estabas allí. Me despedí de abuela y me fui. Al salir a la calle, por fin, lloré. Después de un tiempo buscándote te había encontrado. Nunca te habías ido. Me di cuenta de que siempre, siempre estarías conmigo...






A mi abuelo, maestro y amigo D. Antonio Moreno Trujillo. De su nieto.