Hace poco que te terminaste
aquellas deliciosas cabrillas con tomate y te has sentado un poco a reposar la comida. Estás cansado, con la barriga llena y el cómodo sillón parece abrazarte. Te empieza a entrar mucho sueño y los párpados te pesan. Te echarías una buena siesta pero miras el reloj y son las tres de la tarde. Los días en esta época del año son muy cortos y debes salir al campo ya. Te levantas del sillón pausadamente, sin querer hacerlo, los párpados empujan hacia abajo de nuevo. Sales de la casa y observas al perro que descansa sobre su caseta. Sientes envidia y por un momento piensas en volver a entrar, pero sabes que no puedes.
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Sientes envidia del perro que descansa sobre su caseta... |
Despacio, casi arrastrando los pies, te diriges a la cuadra. Te sientas en la silla y tardas muchísimo en ponerte las espuelas. Te levantas, suspiras y te paras un momento antes de ponerle el bocado a tu caballo y montarte en él. Sales al paso y te diriges al "Lomo Bajo" a ver de nuevo las vacas. El mayoral iba a ir a "La Noria" a ver el otro lote. El sol que te da en la cara y el sonido de los cascos del caballo al andar tranquilamente por el carril no te invita a despertarte sino más bien a lo contrario. Es como una nana que te canta el campo bravo. Vas en la montura casi doblado, sin pensar, adormilado. De repente una nube negra contrasta en el azul del cielo, te llama la atención y te despierta. Es una bandada de grajillas que intentan ahuyentar al águila. Entre todos forman una algarabía considerable. Al final consiguen su propósito y el depredador es ahuyentado por la presa.
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Las grajillas intentan ahuyentar al águila... |
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...y pasado un rato el depredador sigue su camino hacia otra parte |
Entretanto has llegado al "Lomo Bajo". Las vacas están dispersas por el cerrado, disfrutando del campo y de la naturaleza. Algunos becerros corretean y juegan, otros descansan tranquilos. Vas paseando despacio, observando a cada vaca. Ellas levantan la cabeza, te miran indiferentes unos segundos y siguen pastando plácidamente. Las que te encuentras echadas ni se levantan y las tienes que esquivar. Piensas en la bravura, esa bravura que parece escondida, camuflada entre tanta nobleza. Esa bravura que parecen las vacas tener muy adentro, como si quisieran concentrarla en sus entrañas para transmitírsela al becerro que crían en su interior.
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Algunos becerros juegan y otros descansan tranquilos... |
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...las vacas te miran indiferentes unos segundos... |
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...y las que están echadas no se levantan y las tienes que esquivar |
Entonces, pensando en la bravura concentrada en el interior, te acuerdas de la cárdena aquella que estaba sola por la mañana, aquella que pensabas que estaba de parto. Vas hacia donde estaba por la mañana, en el cerro, cerca de los acebuches. Aunque la inquietud aumenta a cada paso que da tu caballo sigues despacio, muy despacio, al ritmo que marca el campo a través del mosquero. Al pasar por los acebuches observas a unos pájaros extraños. Al principio, por su plumaje negro, crees que son unas grajillas como las que le atacaban al águila, pero al acercarte un pico extremadamente largo les delata. Es una pareja de ibis eremita, un pájaro con una belleza particular. Los ves hurgando en la tierra en búsqueda de alimento. Te quedarías allí, pero la cárdena te espera.
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En los acebuches te encuentras a unos pájaros extraños... |
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...a los que identificas como ibis eremita por su largo pico... |
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...que utilizan para buscar el alimento en el subsuelo del campo bravo |
Pasado los acebuches subes hacia la parte más alta del cerrado, a la caída hacia el otro lado del cerro estaba la vaca estaba mañana. Al llegar arriba ves que está casi en el mismo sitio y, desde la lejanía, te parece adivinar algo negro y pequeño por debajo. La inquietud te acelera y, casi sin querer, le aprietas las piernas al costado de tu caballo para que ande más rápido. La vaca levanta la cabeza y te mira desde lejos, pero al instante vuelve la cabeza hacia el suelo. Con ese gesto te acaba de decir que está recién parida. Cuando te vas acercando ves como la vaca con su hocico anima a su hijo a levantarse.
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La vaca con su hocico anima a su hijo a levantarse... |
Poco a poco te acercas más, ya mucho más despacio, sin querer molestar. La vaca de vez en cuando te mira con inquietud pero te conoce y confía en ti. No pierdes detalle y tu corazón se acelera de la alegría. Es el misterio de la vida, el misterio del toro, el misterio de la bravura. El becerrito, ya ha sido limpiado por su madre, pero todavía mojado y con el cordón umbilical colgando, se incorpora como puede. Con las patas abiertas para aguantar el equilibrio espera unos minutos para recuperar fuerzas. Después, tambaleándose, da los primeros pasos. La vaca lo mira y lo huele de vez en cuando, pero ahora no puede hacer nada por él. La ubre está a rebosar de calostro y cuando la vaca se mueve un poco incluso se le sale. El becerro por instinto sabe que tiene que buscar algo que cuelga entre las patas de su madre. De encontrar eso que busca con tanta insistencia depende su vida. Es la primera prueba, el primer "tentadero". El recién nacido se confunde y busca entre las patas anteriores pero ahí no hay nada. La vaca se da cuenta y para ayudarle se mueve un poco y se vuelve. El becerro coge mejor situación pero ahora se confunde con la piel que cuelga en la zona de la babilla. Saca la lengua e intenta chupar pero ahí no hay nada. Por fortuna unos segundos después la vaca se mueve y un poco del caliente y sabroso calostro le gotea al becerro en el hocico. Esas pequeñas gotas indican el camino al recién nacido que, al poco tiempo, saborea por primera vez la leche brava de su madre. A medida que se alimenta se va "encalostrando" y la mirada del becerro se torna placentera y le empieza a entrar sueño. Entonces te das cuenta que es el momento de irte de allí ya que el nuevo "niño" de la camada tiene que dormir.
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El becerro busca equivocado entre las patas delanteras... |
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...luego, mejor situado, se confunde con la babilla... |
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...para finalmente encontrar el buscado tesoro... |
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...y a medida que se alimenta se va "encalostrando" y le va entrando sueño |
Al paso, pensando en el misterio de la vida y de la bravura, vuelves a la casa. El sol va cayendo y empieza a hacer frío. Te subes la cremallera del chaleco y te calas un poco más la gorra mientras tu caballo continúa moviendo el mosquero de oreja a oreja, como si fuese igual de contento que tú. Al pasar por al lado de un cerrado de toros una silueta, a lo lejos, parece mirarte. Entonces piensas en ese débil becerro y en ese toro de cuatro años con esa presencia impecable. Piensas en el destino de ese becerro que todavía húmedo buscaba la ubre de su madre. Empiezas a pensar en el destino, en la bravura, en la vida y en la muerte, pero otro toro muge a la brisa demasiado fresca que empieza a soplar o al sol que, con los últimos rayos, parece despedirse, y te saca de tus pensamientos.
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Una silueta, a lo lejos, parece mirarte... |
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...pero un toro, con su mugido, te saca de tus pensamientos... |
Con el frío apretando cada vez más llegas a la cuadra y le quitas la montura a tu caballo. La pones con los bastos hacia arriba para que se seque el sudor mientras refrescas a la cabalgadura. Después de ducharlo y limpiarlo un poco lo secas bien y le echas un poco de pienso. Lo acaricias y parece agradecértelo oliéndote la mano. Metes la montura en su sitio y te vas despacio hasta la casa.
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La fría brisa de la tarde otoñal seca el sudor de la montura... |
Al llegar un olor a chimenea te cautiva. El mayoral ya está allí y te cuenta que la negra que viste esta mañana está a punto de parir. Tú lo pones al corriente y le comentas que la cárdena 407 ha parido. Miras por la ventana y el sol se va por el horizonte para dejar paso a una fría y oscura tarde. El mayoral prepara un café. Te entra frío y acercas la silla a la chimenea y piensas, cautivado por el fuego, en el misterio de la bravura...