jueves, 7 de agosto de 2014

Un mayoral de la vieja escuela: Paco Gómez (II)

Noche veraniega en Medina Sidonia. Intento dormir pero no puedo. Después de un verano más bien fresco empieza a hacer calor. La ventana abierta y la persiana hasta arriba deja entrar una suave brisa procedente del mar que refresca la noche. También deja entrar belleza. Las estrellas brillan en un cielo despejado y el silencio de la noche da una sensación de paz increíble. Cualquiera diría que es el ambiente perfecto para dormir, pero todo lo contrario. Es imposible dejar de observar el cielo, de escuchar el silencio, de pensar. Te metes en ti mismo tanto que ya no sabes si estas despierto o dormido. Entonces el silencio de la noche se rompe por un momento. Un mochuelo la adorna con su voz. Desde la ventana intento encontrarlo en la oscuridad. Es prácticamente imposible y decido disfrutar del momento. No importa donde está. Entonces ese sonido me recuerda a algo. Pienso en aquella vez cuando, estando en Cáceres, imaginé a aquellos mochuelos al pie del acebuche mientras subía al castillo de Torrestrella. No podía ser el mismo. Aquel era fruto de la imaginación y este es real ¿O quizás si sea el mismo?

Entonces vuelvo a recordar la historia del bueno de Paco, conocido como "Macario", que nació detrás del castillo de Torrestrella y se crió por los patios de "Los Alburejos". El destino quiso que aquel niño que aprendió en una de las casas de más solera del campo bravo desarrollase todo lo aprendido detrás del castillo pero un poco más lejos, en la finca de "Las Cobatillas", como mayoral de la ganadería de Ana Romero. 


Paco es de los pocos mayorales a la antigua usanza que quedan. Él no lo sabe, pero en su forma de trabajar le hace un homenaje diario a todos aquellos que lo enseñaron.  Primero le hace un homenaje a su padre. Él le echaba el pienso a mano a los multicolores "torrestrellas" y su hijo lo hace ahora con los cárdenos "anaromeros". 

Su padre le echaba el pienso a los "torrestrellas" y él a los cárdenos de Ana Romero...
Después recuerda a uno de los hombres que más ha admirado. A D. Álvaro Domecq y Diez. Aquel hombre todo lo hacía despacio y templado. Al paso. Y repasaba el ganado varias veces al día. Paco no iba a ser menos y es de los pocos que quedan que repasa animal por animal dos veces al día, mañana y tarde, llueva, haga calor o levante. Muy despacio, sin prisa, al son que marca el paso del caballo. Sin molestar al ganado. Resulta increíble como las vacas lo conocen. Parece incluso hablar con ellas. Él pasea entre ellas y ellas apenas lo miran. Para las vacas Paco es un compañero más, aquel que las respeta y mira por su bienestar. Algunas lo miran como queriendo saludarlo, otras siguen comiendo indiferentes, con la confianza que da la rutina. Hasta el becerro lucero deja de jugar de embestir al grajo para jugar a embestirle a él. 

Repasa las vacas dos veces al día aunque llueva...
...con pausa y temple, sin molestar al ganado...
...algunas vacas ni levantan la cabeza...
...y otras lo miran como queriendo saludarlo...
...incluso el becerro lucero que juega a embestir al grajo...
...prefiere jugar a embestirle a él...
Tras repasar las vacas y recordar a Don Álvaro, Paco recuerda a Juan Cid. El que fuese mayoral de Torrestrella, la mano derecha de D. Álvaro. Todavía por los patios de Los Alburejos las piedras parecen recordar a un hombre valiente y aguerrido como pocos. "Macario" se impregnó de ello desde niño. Hoy derrocha valor con unos toros tan complicados como son los de encaste Santa Coloma.  Los conoce desde que nacen y sabe cuales son sus reacciones con solo verlos andar. Sabe tratarlos con delicadeza y también con dureza cuando se lo merecen, como cualquier padre haría con un hijo. Conocedor de su reata, de sus hechuras y su comportamiento Paco es un catedrático de los toros de Ana Romero. Conoce a las madres y abuelas de cada toro y se acuerda de hasta donde le puso la chapa a aquel becerro que ahora escarba en uno de los cerrados esperando a ser lidiado en una plaza de relevancia. 

Derrocha valor con unos toros difíciles de tratar...
...sabe actuar con temple o con dureza según la situación...
...y recuerda hasta donde enchapó a cada uno de los toros...
Y luego, como todos los genios, tras inspirarse en aquellos que le enseñaron, Paco aportó su propio grano de arena al campo bravo. Quizás sea el único que lo haga aunque a él no le gusta presumir de ello. Cuando pare una vaca él lo sabe. Tiene en su cabeza las vacas que están a punto de parir y como las ve todos los días dos veces sabe cual es su estado a la perfección. Muchas veces se para delante de una vaca un buen rato como esperando a que la vaca le diga algo que solo él entiende. Cuando una vaca pare Paco normalmente sabe que iba a parir o incluso se tiene que parar en la lejanía porque la vaca esta pariendo. Entonces se acerca despacio y se para delante de la madre y su retoño. Observa si es macho o hembra y desde encima del caballo le pone el crotal al nuevo becerro sin tocarlo. No hay carreras, no hay voces, ni lazos, ni coche. Desde encima del caballo, con la tranquilidad del campo, Paco marca a sus becerros sin molestarlos. Las vacas conocedoras de la lealtad de su mayoral lo dejan actuar con total naturalidad. 

Sabe cuando una vaca está a punto de parir...
...hay veces que se para como esperando a que la vaca le diga algo...
...en ocasiones tiene hasta que esperar porque la vaca está pariendo...
...luego se acerca con tranquilidad...
...y enchapa al becerro desde el caballo, sin molestarlo...
Y es que "Macario" anda por el campo y no molesta. Respeta a las vacas y a los toros, a las flores, a los animales salvajes y hasta al aire. Es como un trozo más de la naturaleza. Nació en el campo y ha vivido toda la vida en el campo. Es una enciclopedia del toro y la naturaleza. Cuando sus toros se lidian viaja en el camión con ellos. En los corrales los toros se relajan con su voz. Los ve nacer, los acompaña durante toda su vida, día a día, hasta su destino en la plaza. Ellos ven en él a un trozo de su vida y de su hábitat. 

Paco es como un trozo más del campo, de la naturaleza...
...ve a sus toros nacer...
...los cuida con mimo durante toda su vida...
...en los corrales los toros se tranquilizan con su voz...
...y los acompaña a su destino, a la plaza...
Amigo de sus amigos, respetuoso y educado, como el campo le enseñó, porque el campo es una escuela de la vida. Todos los días, mientras repasa las vacas, el águila imperial le espera y le saluda, incluso si tiene una presa entre las garras. El respeto da confianza. Cuidadoso de sus caballos y de sus toros. Quizás algo cansado de toda una vida en el campo, aunque más bien, cansado de un mundo taurino cada vez más desleal, Paco sigue, después de 32  años al servicio de la ganadería repasando sus vacas . Y de vez en cuando, caminando por el "Lomo Alto", la mirada se le va de una de sus vacas al lejano castillo de Torrestrella. Sesenta años han pasado desde que un niño nació detrás de aquella fortificación. Mirando aquel castillo vienen muchos recuerdos, "La Granja", "Los Alburejos", Don Álvaro, Juan Cid, su infancia... entonces vuelve a mirar a la vaca y vienen muchos recuerdos más, sus toros, sus vacas, "Marquito", la corrida del Puerto, su vida... y sigue caminando por "Las Cobatillas", algo cansado, esperando a que una de sus vacas para un bonito becerro cárdeno para enchaparlo como él solo sabe y cuidarlo durante toda su vida como un mayoral de la vieja escuela...

Amigo del águila...
...cuidadoso con sus toros y sus caballos...
...de vez en cuando, observando una de sus vacas...
...se le va la mirada al castillo de Torrestrella y le vienen muchos recuerdos...
...y sigue caminando uno de los últimos mayorales de la vieja escuela...
Y el mochuelo volvió a piar. Miré hacia la ventana y estaba en las tunas de enfrente, como queriendo que lo viese. Se quedó mirando un rato y se fue piando a otra parte, rompiendo el silencio de una bonita noche de verano en la que ya no sabes si estas despierto o dormido...


lunes, 9 de junio de 2014

Un mayoral de la vieja escuela: Paco Gómez (I)

Después de pasar unos días en casa vuelvo a Cáceres. Los libros esperan en la mesa y la ventana deja entrar un calor veraniego que empieza a asfixiar. La ciudad me aburre. Miro hacia la calle y todo es muy simple. Hay soledad estando rodeado de gente. La gente se ve y la mayoría ni se saluda. Los adoquines perfectamente puestos, todo medido. No me siento a gusto aquí. No hay improvisación, no me integro. Entonces mi pensamiento vuelve al campo. Allí todo es distinto. Las leyes del campo las impone la naturaleza y hay improvisación, incluso me atrevería a decir que hay arte. Si respetas esas leyes el campo te acepta y pareces formar parte de él. Entonces no hay soledad aunque estés solo. Vas andando y un lagarto te observa temeroso desde el pasto. Como te siente parte de su entorno sale de su escondrijo y te saluda.

Un lagarto te observa temeroso desde el pasto...
...como te siente parte de su entorno sale y te saluda...
Tras el ligero saludo te encuentras a una perdiz con sus perdigones. Te paras un momento para no asustarlos. La madre te ve y se lleva a sus trece hijos tranquilamente. Como recompensa parecen posar para ti sobre la pared del cerrado de los toros. Parecen darte las gracias. 

Te encuentras a una perdiz con sus perdigones...
...la madre se lleva a sus hijos tranquilamente...
...que parecen posar para ti sobre la pared del cerrado de los toros...
Sigues tu camino, metido en el campo, sin desentonar. Tus pasos por el carril no asustan a los animales porque te sienten como a un compañero, igual que no se asusta el conejo de la perdiz que pasa a su lado y que incluso comparte apoyo y comedero con los toros de la corrida de Pamplona. 

Tus pasos no asustan, igual que no se asusta el conejo de la perdiz...
...que incluso comparten comedero con los toros de Pamplona
Llega un momento que a pesar de la soledad te sientes más acompañado que nunca. Vas feliz, entre amigos, como si estuvieses en tu casa. Decides subir al castillo de Torrestrella para observar la belleza de la tarde, de una tarde que empieza a caer. Por el camino te sientes observado. Desde el pie de un acebuche unas crías de mochuelo te pían. Parecen querer llamar tu atención, como niños pequeños que son. Te acercas y los observas un rato. Ellos te miran curiosos como los miras tu a ellos. Cuando te vas uno parece querer llamar tu atención de nuevo, como enseñándote lo que es capaz de hacer, y se sube por dentro del tronco hueco a una rama más alta. 

Por el camino, te sientes observado...
...unos pequeños mochuelos te miran curiosos...
...y juegan intentando llamar tu atención
Los dejas allí con su juego de niños y llegas al castillo. La cuesta cansa y te sientas entre las piedras. Estas piedras no están puestas como los adoquines. Aquí el tiempo improvisa y las pone como le parece. Empiezas a pensar en cuanta gente habrá estado sentado allí como tu, entre esas piedras, observando como cae la tarde. Que sabiduría y que recuerdos guardarán. Si hablasen cuantas cosas tendrían que contar... hasta que te hablan. Entonces te cuentan que allí a los pies de ese castillo, por detrás, en la llamada "La Granja", nació un niño en una choza. Su padre se encargaba de echar el pienso a los toros de Torrestrella y él vivió a los pies de esa antigua fortaleza. 

En el castillo el tiempo improvisa...
...y mientras te deleitas de las vistas, las piedras te hablan...
Con apenas varios años de edad ese niño, al que llamaban "Macario" igual que a los de su familia, bajaba con sus hermanas andando hasta "Los Alburejos". Él si que formaba parte del campo. Para ir a la escuela, que estaba en la ventana de arriba del patio de Universo, ese niño pasaba entre los utreros de variados pelos que crecían a la vez que aquel chiquillo al lado de su casa. 

Para ir a la escuela...
...aquel niño caminaba entre los utreros de bonitos pelos...
Después cambiaron la escuela de sitio y la pusieron al lado del corral donde se cogían los becerros para el herradero. La puerta estaba debajo de unos arcos y desde allí observaba el castillo. Detrás estaba su casa y muchas veces, cuando por travieso la profesora lo castigaba, tenía que coger el camino incluso de noche. 

Pusieron la escuela al lado del corral del herradero...
...la puerta estaba debajo de unos arcos...
...y desde allí observaba Paco el castillo. Detrás estaba su casa...
Su vida era puro campo. De "La Granja" a "Los Alburejos" y de "Los Alburejos" a "La Granja". Hizo la comunión en la capilla de la finca, igual que los hijos de todos los trabajadores, y jugaba por las cuadras, entre la estancia y los corrales, entre las patas de los caballos y la encornadura de los toros. 

"Macario" hizo la comunión en la capilla de la finca...
...y jugaba por la estancia entre las patas de los caballos...
Con apenas diez años se montaba por la pared del "Presillo" si había toros a un lado y a otro para llegar a la escuela. Entraba por la cancela grande de la esquina y por encima de la pared llegaba hasta el corral de encerrar. Uno de los días iba con su madre y su tía. Él iba a pie, guiando a la burra en la que iban montadas las dos mujeres. Al entrar al "Presillo" un toro colorado que acaban de curar de un ojo se arrancó a la burra y los cogió a los tres. Paco, con tan poca edad, se quitó el toro de encima como pudo y sacó a su tía y a su madre de allí, que llevaba una fuerte cornada en la pierna. Fue su primer contacto directo con el toro. 

Entraba por la cancela grande de la esquina...
...y si había toros se montaba por la pared para llegar a la escuela...
A raíz de aquel suceso su familia se fue de "La Granja" a vivir al pueblo y él bajaba en bicicleta a "Los Alburejos" todas las mañanas. Fue creciendo y empezó a destacar montando a caballo. Don Álvaro les ponía a todos los niños un caballo para que hiciesen volteo y así cogiesen equilibrio encima del caballo. Todavía se habla de la habilidad de "Macario" por aquellos patios. Por aquel entonces no subía a Medina todos los días. Se quedaba en la finca en la Cañenía y empezó a aprender de toros y caballos. Sus maestros fueron Juan Cid y Antonio Campano. Su ídolo y ejemplo fue D. Álvaro. Este ilustre ganadero muchas tardes le daba un potro, y aunque en el campo siempre se está acompañado, daban un paseo juntos viendo los toros. 

Por aquel entonces dormía en la finca, en la Cañenia...
...y fue aprendiendo de su maestro, D. Juan Cid, y de su ídolo, D. Álvaro...
En todos esos años Paco se empapó de sabiduría del toro, del caballo, del campo y de la vida. Su infancia y su escuela fueron aquellos patios, aquellos vaqueros y D. Álvaro. "Los Alburejos" fue su casa y su niñez. Lo vieron crecer como niño y hacerse un hombre... Mi pensamiento quería seguir escuchando esa bonita historia que aquellas piedras guardaban con celo, pero el pitido de un coche me devolvió a Cáceres y me distrajo por un momento. Me levanté cabreado de la silla y cerré la ventana. Había pasado un buen rato y todavía no había empezado a estudiar. Intenté ponerme a estudiar, empecé a concentrarme y dejé de pensar...