El campo, como la vida, te sorprende de vez en cuando. Hay veces que algunas de esas sorpresas te sorprenden menos porque las puedes llegar a esperar, pero hay otras que son tan inesperadas que te marcan para siempre.
Ahora en verano, normalmente por la tarde, visito el campo bravo. Me gusta salir cuando todavía el sol aprieta, cuando las moscas molestan y los toros se refugian del intenso calor. Hasta el atardecer el campo te puede sorprender con muchas cosas, puedes ver un toro que se rasca con el acebuche, el que con su mugido parece agradecer que el calor se calme, el pelo enganchado en el alambre de la pelea de la noche anterior, la nueva camada de perdices que corretean por los cerrados...
|
El toro que se rasca con el acebuche... |
|
...el que agradece con su mugido que el calor se calme... |
|
...los pelos enganchados en el alambrado tras la pelea... |
|
...la nueva camada de perdices... |
El campo es un misterio y si estás atento te engancha con sus sorpresas. Puedes observar al toro que escarba y levanta el suelo que pisa, puede que te observen a ti desde la lejanía, incluso cuando cae la tarde puedes intuir entre una nube de polvo una agresiva pelea de toros...
|
El toro que escarba... |
|
...el que te observa escondido... |
|
...la pelea entre el polvo al atardecer... |
Todo eso son sorpresas que, a veces, te depara el campo hasta que al sol le entra la timidez y se esconde en el horizonte. Entonces solo se adivina la silueta de los toros y llega el momento de volver a casa.
|
La tarde cae y llega el momento de volver a casa |
Pero todo eso te asombra por su belleza pero sabes que, si tienes suerte y eres paciente, puede pasar. Lo que no es frecuente es, entre tanto toro, belleza y soledad, hacer un amigo.
Una de esas tardes el campo me tenía guardado un regalo y, a la vez, una cura de humildad. Allí, sentado al lado del alambrado, casi camuflado, con su sombrerillo de paja como compañero, estaba él. Pertenecía al ambiente que lo rodeaba. No destacaba. Parecía un árbol más, un toro o un palo del alambrado, pero se llamaba Antonio.
|
Camuflado, con su sombrero como compañero... |
Cuando pude acercarme un poco y empezamos a hablar me sorprendió todavía más. Era delgado, mayor, con muchas arrugas y algunas canas que le daban un aspecto de sabio. Y era un enamorado del campo. Me contó que estaba viejo y que tenía familia pero no quería molestar en casa de nadie, prefería vivir por si mismo. Me dijo además que el pueblo no le gustaba, que se aburría y que para lo que le quedaba quería pasarlo junto a lo que más le gustaba: el campo bravo.
|
Observa al toro desde lejos, sin molestarlo... |
Durante la charla mi sorpresa y admiración aumentaban por momentos pero estalló cuando me contó su modo de vida. Dormía en un comedero de toros que había en un cerrado abandonado. Allí ponía su saco de dormir hasta las cinco de la mañana que iba a ver y a escuchar a los toros que, según el tiempo, se solían pelear.
|
Al atardecer y por la noche los toros se pelean mucho más... |
Me habló de la naturaleza y de la vida moderna. Una de sus palabras fueron "El hombre no sabe convivir con la naturaleza. Ahora todo le estorba" El mejor ejemplo me lo puso cuando llegó el momento de contarme de que vivía. Aquel ermitaño del campo bravo vivía de cazar conejos. Cazaba tres o cuatro cada noche y, cada dos o tres días, iba al pueblo a venderlos. Con el dinerillo que sacaba se compraba los alimentos para subsistir junto al toro bravo. Después de eso me dijo "todas las noches hay un zorro que viene del monte aquel y me quita algún conejo que pillo en el lazo. Se por donde viene y por donde se va, y lo veo quitármelos. Hay veces que paso hambre pero, en lugar de matarlo como harían otros, me limito a observarlo y a admirar su belleza. Hay que saber convivir con la naturaleza"
|
"El zorro viene del monte aquel..." |
Aquellas últimas palabras me conmovieron. Estaba ante un ser superior. Un sabio del campo bravo que conocía al toro, al zorro, al conejo... Sabía de vientos y comportamientos, del toro pegado y del mandón. Aquel hombre era un libro abierto.
Pasó toda la tarde y no hice ninguna foto. Estuve escuchándole hasta que solo se observaba la silueta de los toros entre los acebuches. Tras un saludo él se fue andando a descansar al comedero a esperar al zorro y a escuchar a los toros durante la noche. Yo me fui de vuelta a casa sorprendido. Él no se llevaba en el campo hasta el anochecer, él vivía y sentía la noche del campo. Fue una sorpresa, de esas que te da el campo, encontrarse con Antonio, el sabio de los vientos y del toro, cuya cama es un comedero y convive con la naturaleza, el ermitaño del campo bravo...