Un utrero admiraba la belleza de la naturaleza... |
...la vaca observaba algo... |
...que también veía el becerro y yo no podía ver... |
Casi sin darme cuenta llegué a "Figura". Las yeguas toreras comían de la primavera y una pequeña potra se alimentaba de la leche de su madre. El cielo seguía nublado pero hacía calor. El ambiente parecía cargado ante tal amalgama de olores a flores, a hierba y a paz. Debido al calor me entró sed y decidí ir a la cuadra a beber agua.
Una pequeña potra se alimentaba de la leche de su madre... |
Entré por "El Patio de los Toros" y me paré un momento a leer los azulejos con esas leyes del caballo que dicen verdades que siempre conviene recordar. Cuando iba a leer el primero una suave brisa movió unas hojas y a pesar del calor sentí que un escalofrío recorría mi cuerpo. Duró muy poco, pareció más bien un suspiro de la tarde, un suspiro de las piedras de aquel patio que me distrajo y que, sin que me diera cuenta, hizo que dejase la lectura y me fuese hacia las cuadras.
Entré por "El Patio de los Toros"... |
Al entrar por aquellos pasillos pude saborear ese olor tan característico a caballo limpio y cuadra arreglada. Era tarde y ya no quedaba nadie por allí. Los caballos estaban tranquilos pero un caballo negro con un lucero en la frente no paraba de mirar hacia el horizonte. Observaba lo mismo que observaba la vaca y el becerro, con la misma mirada que ellos, una mirada de paz y admiración hacia algo que yo no veía.
Un caballo negro con un lucero en la frente no paraba de mirar al horizonte... |
Seguí andando despacio por las cuadras y cuando llegué a la puerta del guadarnés estaba abierta. Entré muy despacio y un suave aroma a cuero limpio y trabajado me llegó al alma. Las monturas estaban todas en su sitio y con su funda puesta, todas menos una, que la tenía quitada. Era la que estaba más limpia y reluciente. Los estribos brillaban y parecía como si Cristóbal la acabase de limpiar, pero no podía ser, allí no había nadie.
La puerta del guadarnés estaba abierta... |
Bebí agua de la garrafa que siempre está en la ventana y me senté en el escalón que está en el patio, al lado del arco de "La Espléndida". Observaba la mirada de los caballos y me llamaba la atención, tenían un brillo especial. Al leer el nombre de aquella yegua tan mítica me acordé de una nieta suya, aquella que tuvo el honor de llevar su mismo nombre, que era pequeña pero tenía más raza que ninguna. La recordé con nostalgia puesto que se murió de vieja hace poco tiempo. Mientras andaba perdido en mis pensamientos el sonido de unos pies rozando por aquellos patios me hizo levantarme esperando a alguien. Por la forma de arrastrar los pies no podía ser otro que el bueno de Cristobal. Solo de escucharlo andar ya me levanté con una sonrisa y estaba pensando en gastarle una broma con su Betis del alma, ese Betis que le quitaba el sueño, pero cuando giré hacia el patio allí no había nadie. Me lo habría imaginado. Aún así busqué por allí, rápido, esperando encontrarlo porque estaba seguro de que era él y estaba allí, pero por más que busqué estaba solo.
Me senté al lado del arco de la Espléndida... |
...y recordé a aquella nieta suya... |
Sin darme cuenta había llegado al comedor donde desayunamos a las diez en punto todas las mañanas. Estaban todas las sillas bien puestas menos la de él ¿Estaría por allí? Me pareció ver su sonrisa tras el café y su voz suave y baja, como siempre hablaba, sin querer molestar, pero no estaba por allí. Subí de nuevo hacia las cuadras y al llegar al guadarnés la montura que estaba recién limpia ya tenía la funda puesta. Seguí hacia "El Patio de los Toros" y ya estaba seguro de que lo encontraría. Iba acelerado, casi corriendo, como si algo me empujase a tenerlo que ver. Con las prisas tropecé y me caí al suelo. Al mirar hacia arriba, desde el suelo, pude leer uno de los azulejos: "Si quieres ir muy deprisa, no llegarás a nada".
Desde el suelo pude leer uno de los azulejos... |
Entonces me levanté y me apoyé en la pared. Esperé paciente, sin saber que esperaba o si tenía que esperar algo. Me llevé un rato allí y cuando estaba a punto de irme me pareció escuchar los cascos de un caballo saliendo del picadero. Tuve la intención de correr de nuevo, pero me acordé del azulejo y decidí esperar. Al momento esa suave brisa me volvió a poner los pelos de punta. Escuché la respiración de un caballo pasar por delante de mí y un rayo de sol que se coló entre las nubes dibujó una sombra de un bello caballo ejecutando un perfecto piaffé. Aquello duró un segundo y se esfumó en cuanto las nubes cubrieron el sol de nuevo.
La sombra de un caballo ejecutándo un perfecto piaffé... |
Estaba asustado pero no era capaz de dejar de buscar aquello que sentía y no podía ver. Esperé sin querer moverme pero me pareció escuchar el galopar de aquel caballo en el carril. Fui en busca de aquello que escuchaba y cuando llegué al padrón la cancela de "Figura" estaba abierta. Me asomé despacio, casi escondido entre las tunas, y entonces el sol salió. Las yeguas miraban todas en la misma dirección pero no era capaz de ver que miraban. Una de ellas salió de la piara y empezó a galopar en dirección al castillo de Torrestrella. Retozaba con energía a pesar de la edad, parecía feliz entre las flores, pero seguía algo. Me parecía la vieja Espléndida pero no podía ser. De repente, por un momento, me pareció ver lo que miraban las yeguas. Miraban a un señor muy alto y delgado, con un pequeño bigote, montado en un caballo blanco perfectamente trenzado, que galopaba hacia el cielo. La Espléndida le seguía retozando, feliz, como si hubiese bajado de las nubes que cubrían la tarde para llevárselo. Allí se fue Cristobal, como un rayo de sol y de alegría que se cuela entre las nubes, montado en su caballo blanco y con el recuerdo de su Espléndida...
La Espléndida salió de la piara y le siguió... |
En ese momento me llegó un mensaje al móvil. Era de mi amiga María Sospedra y decía que Cristobal había fallecido. Yo ya lo sabía. Lo sentí despedirse de sus Alburejos, de sus caballos y de su tierra. Se fue un maestro de la equitación y un experto de los caballos, pero fue mucho más que eso, fue un maestro de la humildad y un ejemplo de persona, uno de mis maestros y lo más importante, uno de mis amigos. Cada vez que ponga un bocado, cada vez que limpie una montura, cada vez que trence un caballo... dejarás a la Espléndida sola en el cielo por un momento y bajarás a ayudarme como siempre hacías, porque jamás te olvidaré. A mi maestro y amigo, Cristobal Sánchez Marchante. Descansa en paz.
Mi amiga María Sospedra también quería ofrecerle un homenaje y aquí va, para ti, amigo Cristobal:
Hoy es de esos días en los que una llamada te cambia el estado de ánimo por completo. Al colgar el teléfono y aun sin creerme la noticia, mis ojos se han inundado de lágrimas y mi cabeza ha vuelto al pasado. Hoy, se marcha una de las mejores personas que he conocido.
Cristóbal era parte importante en la cuadrilla de los hermanos Domecq, uno de los encargados de tener a punto los caballos toreros hijos de aquella obra de la naturaleza llamada Opus72. Son muchos los momenos que he vivido junto a él y se me hace un poco complicado escribir en estos momentos, pero creo que se lo merece.
Recuerdo el cariño que tenía hacia Antonio Domecq, su torero, quien en aquella época era un joven con ganas de triunfar. Por las manos de Cristóbal han pasado grandes caballos toreros, tenía un tacto especial con ellos, habilidoso trenzando y enlazando caballos, siempre pendiente de que no les faltara nada a esas doce estrellas toreras que formaban parte de la cuadra de Luis y Antonio Domecq, pero sin duda alguna su debilidad era la Espléndida, su "muñeca" como cariñosamente la llamaba. Creo que ha sido la yegua torera más mimada de todo el toreo a caballo.
Hoy se va una parte importante de mi niñez. Muchos momentos buenos vividos. Él ha sido para mí un maestro junto con sus compañeros de equipo: Manuel, Manolito y el abuelo Antonio con quien estoy segura hoy se habrá reencontrado en el cielo, a ellos se lo debo todo en el mundo del caballo y el toro, que siendo una niña me enseñaron a querer los caballos, a amarlos y respetarlos, a trenzar, pero sobre todo me enseñaron a ser mejor persona. Te vamos a echar mucho en falta todos, Cristóbal.
Atrás deja años de dedicación a los caballos, tantos viajes en el camión en aquellas largas temporadas, con su trapo colgado al hombro, su banqueta y su cubo de agua preparado para trenzar... Hoy en el cielo se vuelve a encontrar con sus caballos toreros para recordar tantos momentos vividos.
A ti Cristóbal, todo mi cariño y gracias por formar parte de mi vida.
Bueno Alberto...puff...es difícil escribir nada en estos momentos después de leer esto. Solo mandarle un abrazo a la familia de Cristobal. Y aprovechar también para decirle a Cristobal que busque por allí arriba a una anglo-hispano tordo, de nombre Bulería, y que le coja las trenzas como el sabe. Que le tenga siempre recortadas las cuartillas y las orejas, que lo tenga guapo como el sabe, que yo algún día se lo agradeceré.
ResponderEliminarUn abrazo. Descanse en paz.
MARIN:
EliminarSabiendo como era seguro que Bulería estará guapo y bien atendido. A Cristóbal no daba tiempo a pedirle un favor que ya lo había hecho. Era una persona distinta, diferente, todo bondad.
Un abrazo amigo MARIN y ¡muchas gracias!