Era una calurosa mañana de primavera y aquel chaval paseaba por las calles de su ciudad. Iba solo, fijándose en cada detalle, recordando cada momento de su infancia, aquella infancia que ya se había acabado. Recordaba cuando su felicidad era explotar pompas de jabón con los demás niños, observar los patos en la laguna o los caballos de los cocheros en los alrededores de la giralda, aquellos caballos que al ser tan pequeño le asustaban y le parecían enormes, pero le llamaban la atención.
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El olor del cigarro del cochero era el mismo... |
Seguía caminando, con decisión, una decisión falsa que no tenía ahora que se lo planteaba todo. Se sentía observado. Un hombre se giró al verle y se le quedó mirando, serio pero asombrado. Más adelante una señora lo vio, le quitó la mirada nerviosa y se hizo la despistada. Todo el mundo lo sabía.
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Un hombre se giró al verle y se le quedó mirando, serio... |
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...una señora lo vio, le quitó la mirada nerviosa y se hizo la despistada... |
Una mujer intentó pararle para hacerse una foto con él, pero no pudo. Iba rápido. Conocía cada calle al milímetro, cada baldosa, cada árbol, cada puerta, pero iba perdido ¿Habría decidido bien? Entonces vio a un pobre buscando monedas en el fondo de un vaso y se acordó de su familia. Recordó cuando su madre, aquella mujer tan artista, bailaba por los tablaos flamencos de Sevilla para que él pudiese ir a la escuela. Se acordó de su abuelo, aquel hombre de campo que asaba castañas en el centro para poder llevar algo de dinero a su casa cuando él apenas era un niño y se dedicaba a jugar a los toros con los paños de cocina.
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Entonces vio a un pobre buscando monedas en el fondo de un vaso... |
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...se acordó del arte de su madre... |
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...y del trabajo de su abuelo... |
Sin darse cuenta había llegado a la plaza. Había mucha expectación. Colas para coger las buenas entradas de sombra. Comentarios de él y de sus compañeros de cartel, de los toros, de la ganadería, de la tarde, del viento... Pero intentó hacerse el despistado. Se acercó a la Puerta del Príncipe intentando que nadie lo viese, la tocó con los dedos y pensó, ahora si decidido, que por su madre, por su abuelo y por toda su familia la tenía que abrir aquella tarde de su alternativa. Estaba cerrada a cal y canto, pero aquella sería la tarde de su vida y lo tenía que dar todo. Se acercó más a aquella gran puerta y por una pequeña rendija pudo ver la plaza, su plaza. Apenas veía nada, pero cerrando un ojo y haciendo un esfuerzo pudo ver de lejos el ruedo y al fondo, los toriles ¿Qué le esperaría allí dentro? ¿Qué le depararía su suerte?
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Intentaba matar el tiempo pasando páginas y fumando cigarros... |
En aquella habitación húmeda y en penumbra, solo se escuchaba la respiración o el movimiento de los toros, las páginas al pasar la libreta o el chasquido del mechero al encender cada cigarro. Pasaba y pasaba hojas casi sin sentido, no podía leerlas, sus pensamientos no le dejaban. Se jubilaba y su vida cambiaría por completo, pero no podía pensar en eso. Solo pensaba en aquel toro ensabanado, el que sería el toro de la alternativa, el primero en salir aquella tarde. Aquel siempre fue un toro especial. Se acordaba de que cuando nació, estuvo tres días buscándolo porque no lo encontraba. Su madre lo escondía por las laderas que rodeaban a aquel castillo y fue imposible encontrarlo hasta que él no quiso salir.
La Maestranza lucía esplendorosa, sola, en silencio, callada. Había llevado muchas corridas allí, pero aquella plaza le seguía impresionando. Se acercó a uno de los burladeros y observó las cornadas y derrotes de cientos de toros. La huella de la bravura en un trozo de madera. Pasó la mano por uno de los derrotes y notó un tacto áspero, la aspereza tan misteriosa del toro bravo. Salió hasta el tercio y miró el reloj. Era la hora de irse a comer. La tarde se acercaba.
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La Maestranza lucía esplendorosa, sola, en silencio, callada... |
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...sintió la huella de la bravura en un trozo de madera... |
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...y miró el reloj, era hora de irse... |
Pasadas unas horas aquel chaval estaba tirado en la cama, mirando al techo, con los ojos abiertos. Intentó descansar un poco, pero era imposible. Faltaba poco para la tarde de su vida. Pensaba en como sería el toro, en el éxito, en el fracaso, en la tragedia, en los muletazos... Un sinfín de pensamientos daban vueltas en su cabeza. Estaba nervioso, sudando. Por momentos seguro de si mismo, por momentos planteándose que hacía allí. Entonces la suave melodía de una guitarra entró por la ventana y mirando su vestido, preparado en la silla esperando el momento de vestirse, se quedó dormido...
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El mismo sombrero que se llevó el viento aquel día... |
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...que llevaba en la cola de su caballo a unos de los toros que se enfrentarían a su destino... |
El torero llegaba a la plaza y la gente le aclamaba. Le tocaban como a un dios, se hacían cientos de fotos con él y le deseaban la suerte que tanta falta le hacía. Él ponía buena cara pero estaba metido en su pensamiento. Entró en la plaza y se fue directamente a la capilla. Allí, en la soledad, rezó pidiendo que no fuese la última vez. Se acordó de su Virgen, le hizo una promesa y salió hacia el patio de cuadrillas.
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Unos lances al viento... |
Sonaron los clarines y se hizo el silencio en la plaza. El mayoral y su responsabilidad esperaban sentados observando debajo de su sombrero. Aquel chaval detrás del burladero y de sus miedos, esperaba torero tras su capote. La gente expectante. Entonces un arpón, la divisa sobre un toro blanco. El primer hilo de sangre. Un pasillo estrecho, oscuro y al fondo, una luz. La luz del destino. Galopaba el toro hacia la plaza buscando su fin, el destino de un toro especial que con su bravura cambiaría el destino de dos vidas, la de su mayoral y la de un chaval que quería ser torero y se acordaría de él para siempre. El toro pisó el albero, escuchó el murmullo del publico y se giró. Miró al mayoral como tantas tardes había hecho, diciéndole que la cuenta atrás se había acabado. El torero pisó el albero y lo miró a él, que allí estaba con su gorrilla orgulloso de su nieto. Se acabaron las castañas pareció decirle. Y entonces aquel chaval y aquel toro blanco se fundieron para siempre en el primer lance...
Que arte escribir , pintar con el vierbo y fotos tan bonitas y contar con tanto talente .......
ResponderEliminarEnhorabuena, Alberto, siempre un gran placer a visitar tu blogue
Pedrito
Pedrito:
Eliminar¡Muchísimas gracias! El placer es mío. Poder compartir fotos, historias y pensamientos es un auténtico privilegio para mí.
Un fuerte abrazo y muchísimas gracias.