Estaba nublado el cielo aquella tarde de otoño y el vaquero repasaba los lotes de vacas con su caballo. Apuntaba en su libretilla las vacas que se iban cubriendo y los becerros que iban naciendo. Su caballo caminaba tranquilo, por donde la hierba empezaba a crecer, pisando el barro y los charcos, tirando el mosquero de oreja a oreja. El hombre pensaba entre cerrado y cerrado en los toros para el año que viene, en la incertidumbre de dónde lidiaría el año próximo. Y entre pensamientos llegó a "Las Pías", aquel cerrado de monte donde se encontraba el lote de aquel semental viejo llamado "Correlindes" con el número dieciocho en su costillar. Allí había mucha vegetación, además el cerrado era muy grande, y para cualquiera sería casi imposible encontrar a las vacas. Pero para aquel hombre no. Sus arrugas delataban sus horas al sol y también su sabiduría. Las vacas siempre solían estar en el mismo sitio, en su querencia natural. Pero cuando el hombre se dirigía tranquilamente hacia allí escuchó una palma crujir. Miró hacia su derecha y allí estaba ella con aquellos impresionantes cuernos por encima de la vegetación.
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Allí estaba ella |
Aquello le extrañó. Se acercó a ella y aquella vaca vieja salió correteando de la espesura. Era la "Bailaora". Estaba apunto de parir por eso estaría allí sola. El vaquero lo apuntó en su libreta de campo y siguió tranquilamente buscando a las demás. Ellas si estaban allí, en el lugar de siempre, en su querencia. Todas lo observaban tranquilas. Para ellas era natural su presencia allí, ya que todos los días las visitaba pacíficamente. Las miró y remiró a todas y todo estaba en orden. Al poco tiempo sonaba el cerrojo de la cancela al salir el vaquero del cerrado. Entre lo nublado del cielo y que el sol empezaba a caer estaba oscureciendo y había que volver a casa.
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El resto estaban donde siempre, en la querencia, todas juntas |
Llegó al patio del cortijo, le quitó la montura a su caballo y lo metió en la cuadra. El hombre subió a su casa mientras las primeras gotas empezaban a caer del cielo nublado del otoño. Esa noche no durmió nada. Llovía a mares y sabía que aquella vaca ya habría parido. El becerro se podía morir.
Tras una larga noche de agua y de insomnio el vaquero se levantó. Llovía mucho y todavía era de noche pero él ya tenía a su caballo preparado amarrado dentro de la cuadra. En cuanto apareció algo de luz el vaquero salía del cortijo. Hacía un día horrible. No paraba de llover, el cielo estaba muy oscuro y encima un fuerte viento apretaba. Pero el vaquero seguía al paso, como si nada de eso ocurriese a su alrededor, pensando en aquel becerro, hacia "Las Pías". Le resultó complicado encontrar a las vacas pero pasado un rato y con mucha agua encima las encontró. Estaban al resguardo de las carrascas y lentiscos. Y allí estaba la "Bailaora" con sus pitones apuntando al cielo nuboso de la finca y recién parida.
El vaquero se alarmó. El becerro no estaba allí y temió por su vida. Empezó a buscarlo pero era muy complicado. Entre tanto monte y el día como estaba encontrarlo era tarea imposible. Se llevó allí media mañana, mojándose, para encontrarlo. Y cuando iba a darse por vencido su instinto le recordó algo. Y se le ocurrió antes de dar su brazo a torcer dirigirse allí. Le entraron prisas, intuía que estaría, no sabía si vivo o muerto, pero que estaría. Si la vaca estaba allí ayer era por algo. Lo buscó incansablemente por los alrededores y allí estaba. Escondido entre unas palmas para no mojarse. Camuflado entre la vegetación siendo delatado por los pelos blancos de su pelaje burraco.
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Escondido entra las palmas para no mojarse |
Y estaba vivo. Y casi sin limpiar todavía. La vaca prefirió dejarlo sucio pero comido y protegido. El vaquero se bajó rapidamente. Lo sacó de allí y observó que era un precioso macho. Le puso las chapas de identificación y el becerrito se levantó del susto. En ese momento salío por una esquinita del cielo el sol. Todavía con el cordón umbilical colgando y con sus chapitas puestas el becerrito veía por primera vez en su vida la luz del sol. Estaba pasando la tormenta, ya estaba salvado. El vaquero lo acarició con cariño y lo dejó acurrucado en su sitio.
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Y sucio, con el cordón umbilical todavía colgando, veía la luz del sol |
Aquel hombre salía del cerrado mientras se iban las nubes. Iba completamente mojado de vuelta a la casa para secarse al calor de la chimenea y completamente orgulloso y asombrado del conocimiento de aquella vaca y, en definitiva, de la madre naturaleza.
Bonita historia Alberto. Si mas de uno o una supiese lo que la gente del campo hace por estos animales, no habria tanto desconocimiento y tanto soplagaitas por ahi contando mentiras.
ResponderEliminarFijate que leyendo esta historia, y precisamente con un dia horroroso de lluvia por aquí por Huelva, me he puesto en situación enseguida. Y tambien me he acordado de las tardes así que he hechado con "Buleria", ya sabes mi amigo.
Gracias por traernos un poco del campo bravo a casa Alberto. Casi se puede oler ese olor a humedad y se puede escuchar el agua corriendo por los arroyos entre las palmas.
Un abrazo.
Muchas gracias amigo MARIN. Eso es lo que intento, que se sepa el amor y la cultura del toro en el campo. Todo eso que se esconde detrás de una plaza es importante que salga a la luz ya que creo que dice mucho a nuestro favor.
EliminarY si además consigo que por un momento os sintaís en el campo y encima, como es tu caso, recordeís a algún amigo o algunos momentos en el campo, la satisfacción de escribir se multiplica y se hace mucho más grande.
Un saludo y muchas gracias de nuevo MARIN.
Muy bonito este escrito Alberto, ánimo y sigue así.
ResponderEliminarMuchas gracias Paco. Se agradecen las palabras de ánimo.
EliminarUn saludo y gracias por pasarte por aquí.